Prefiero los libros viejos aunque no antiguos. Me atraen
gastados y manoseados, los libros con espíritu, con olor a tinta seca y papel
tostado. Los libros nuevos me parecen fríos, demasiado perfectos y solitarios.
Este personal dilema me ha acompañado siempre y las causas
de tal obsesión no he logrado identificarlas. Lo que sí puedo contar son mis
casi psicóticas anécdotas sobre libros viejos y libros nuevos.
Mis años de estudiante en el Instituto Preuniversitario
Vocacional de Ciencias Exactas (IPVCE) “Ernesto Guevara” de Santa Clara fueron
los momentos de mayor esplendor de la majadería en cuestión. Allí, en el famoso
grupo 6 de la unidad 2 (quienes pertenecieron sabrán cuál fama y a los que no,
les digo que la trascendencia vino por ser los mejores y los peores), esperaba
con paciencia a que los libros hicieran la ronda por los cerca de 30 colegas
lectores.
Al final, el placer de encontrar un libro leído y releído, marcado, a veces con mensajes indiscretos dejados en un desliz, sabía a gloria. De igual forma, ahora descubro por qué devoré la casi totalidad de los textos de Honoré de Balzac. Y es que me era imposible imaginar el París del siglo XIX fuera de las páginas amarillas, raídas por el tiempo. El realismo encontrado en “Las ilusiones perdidas”, “Eugenia Grandet”, “Esplendor y miseria de las cortesanas,” y “Papá Goriot” cobraba ficción terrenal en aquellas ediciones descuidadas y añejas.
Cierto día compré en una feria del libro “Memorias de
Adriano” de Marguerite Yourcenar. Estaba deseoso por encontrar al mítico
emperador romano, por conocer sus gustos, por descubrir sus excitantes
historias homolegendarias, pero la exquisita impresión del libro me hizo
aguantarme hasta que la ronda por el aula concluyera.
Por eso no compro libros nuevos, al menos no para mí.
Prefiero perderme entre los denominados “raros” (aunque no sé por qué) y
valiosos. Tampoco me creo enchapado a la antigua y quien bien me conoce se
exprime los sesos buscando explicación a mi fascinación por los libros viejos.
A la avanzada estoy en todo, o bueno en casi todo, porque los ebooks me parecen
creaciones de otra galaxia.
Confieso que nunca he hojeado un libro digital y hasta puedo
prostituir mis principios si algún día esa experiencia me atrapa. Mientras
llegue el salto tecnológico sigo con atracción por los textos viejos, los que
cuentan más allá de la historia, los que envuelven con la magia.
Ante la Feria
Internacional del Libro Cuba 2013 que rueda por toda la isla
de febrero a marzo las opciones de encontrar estas joyas son escasas. Más bien
compraré algún libro para regalar, aunque esto de comprar es tema que puede
aportar para otro artículo.
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